HÁBITOS DE HIGIENE DESDE LOS TIEMPOS ANTIGUOS

Como defecaban en la antigua Roma

CIUDAD DEL ESTE (tendencias, por Esteban Roa) Los habitantes de la antigua Roma fueron famosos, entre otras cosas, por su afición a los baños y la higiene. La capital de la república fue la primera en la que sus ciudadanos tuvieron agua corriente en sus casas y fuentes públicas a las que una serie de acueductos suministraban el precioso líquido. Para conocer y admirar las costumbres romanas, tenemos decenas de ejemplos entre las ruinas más famosas: los Baños de Caracalla, la ciudad de Bath (que en inglés significa precisamente “baño”) y la recientemente descubierta Ostia Antica, un Spa con docenas de balnearios en las playas más cercanas a Roma. Bien conocido es el ritual del baño romano que, además de su inherente función profiláctica y purificadora, servía de lugar de encuentro donde los ciudadanos aprovechaban para socializar y conspirar.

Para empezar hay que decir que las instalaciones de este tipo en Roma hacían honor a su apellido, porque públicos sí que eran, y no sólo porque la entrada estuviese abierta a cualquier ciudadano, sino porque una vez dentro, las necesidades fisiológicas de senadores, soldados, comerciantes o artesanos se hacían a la vista de todos los presentes, sin pudor, y sin muros o mamparas separadoras entre los W.C. primitivos graciosamente esculpidos en piedra o hechos de madera. Tal cual, como si en los baños de un aeropuerto se eliminaran todas las divisiones y los apresurados viajeros tuviesen que descargar el producto residual de su proceso digestivo bajo la mirada perniciosa de sus vecinos.

Para nosotros, descendientes de aquellos hombres y mujeres que tan gustosos y alegres defecaban mientras comentaban el último debate en el senado, la moda presentada ayer por los diseñadores o el combate de gladiadores de la semana pasada, la vista de este espectáculo probablemente nos causaría nauseas, pero para ellos, no era más que la combinación de una necesidad fisiológica con otra social.

Más llamativo, si cabe, era el método que los visitantes a estos servicios utilizaban para limpiarse el trasero. A falta de papel, el instrumento en cuestión era una vara de madera con una esponja (muchas veces, literalmente, extraída del mar) atada a un extremo, o un paño o borra de algún animal. Si os fijáis en las ilustraciones, podéis ver los canalillos por donde corría  agua salada justo enfrente de los asientos para lavar las esponjas después de cada uso. Ignoro si las esponjas también eran públicas (en realidad lo eran) o cada ciudadano llevaba la suya propia, pero no pienso investigarlo más a fondo.

Una segunda opción, en el caso de los aseos de los barrios más pobres, era simplemente usar la mano, que después se lavaba en una fuente especialmente instalada para ello, no creo que necesitéis más detalles. Lo mismo se hacía en el resto del mundo cuando no había otra cosa a la mano, excepción hecha de China, donde el papel se venía utilizando en la limpieza de las partes íntimas desde el siglo II a. C.

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