CIUDAD DEL ESTE (tendencias, por Esteban Roa) Dicen que, en la historia entre el hombre y la fémina, la mujer siempre ha sido la protagonista. Ha sido siempre una hechicera que, rodeada de encantos, se ha encargado de encantar a todos los que pasan por su vida. Y hoy, tras siglos de ser una hechicera, sigue encantando, cada vez con más armas, comenzando por su gran poder seductor. La lencería fina que cubre el cuerpo de la forma correcta, revela solo lo justo y crea formas delicadas y sensuales, las miradas, el olor, en fin, todo vale en este juego de seducción.
A los hombres les gusta pensar que son ellos los que dan el primer paso para iniciar una relación, y las mujeres lo saben; por eso, “se dejan seducir” por el que ellas ya han elegido de antemano. Y es que el arte de seducir es una cuestión tan femenina que ellos caen rendidos ante una mirada penetrante. Están envueltos en un hechizo, sí, pero que es natural.
La mujer, aunque ellos piensen lo contrario, es quien invariablemente produce ese gesto de aproximación que, aunque no es explícito, si es lo suficientemente notorio para hacerle saber al hombre que si puede acercarse. Entonces, cuando un hombre avanza hacia la mujer lo hace porque ella le ha dado el permiso (algunos psicólogos hablan de la “orden” de acercarse).
En la mayoría de los mamíferos es el macho quien se encarga de realizar la propaganda sexual, mostrando así a la hembra su fortaleza. En los seres humanos no es tan diferente, porque ellos para impresionar a la mujer alardean de todo lo que pueden, tienen tácticas, se trazan una estrategia. Sin embargo, al final es la mujer la que decide si acepta o no, y luego, el macho debe bailar al compás de lo que ella ordena. Sin dudas, el arma de la seducción femenina es el arma más poderosa que existe.