CIUDAD DEL ESTE (Reflexión, tomado de la red) En una ocasión un pequeño niño, inteligente, guapo, bien portado, excelente estudiante, el niño casi perfecto, pero con mucho dolor, me preguntó ¿Por qué mi papá no me quiere?, ¿por qué nunca quiere verme?, ¿por qué dejo a mi madre?, ¿por qué nunca volvió?. Me di cuenta que no tenía la respuesta, era una pregunta que no tenía respuesta, una pregunta que nadie quiere contestar; al menos no a un niño de 8 años. Desde entonces me hago esa misma pregunta ¿Cómo un padre puede dejar a su hijo y no volverlo a verlo o verlo cada año bisiesto?. Aún no lo entiendo, el comportamiento del ser humano es complicado, su interior es confuso, sus miedos lo alejan de lo que más debería amar.
El ser padre sólo por poner el esperma es el claro ejemplo de que el amor entre padre e hijo no es obligatorio, ni que nace por el simple hecho de serlo; pero el amor del hijo hacia el padre es casi natural, nuestra cultura así lo dice; por eso es puede ser en ocasiones doloroso para el hijo, la ausencia del padre, incluso con “la mujer maravilla” de madre.
Cuando el padre es totalmente ausente el hijo sufre, pero se adapta, incluso puede volverse su motivante; demostrar que no ocupa de él. Pero qué pasa cuando el padre está cerca, pero nunca viene; cuando te deja plantado en cada evento, cuando parece que se divorció de ti junto al momento de hacerlo con tu madre; cuando ves que juega con su nueva familia pero no contigo. Sin duda debe ser difícil de comprender para un pequeño hijo, para la madre y espero que para el padre.
Algunos niños tienen la suerte de tener una figura paterna cerca de ellos, un abuelo, un tío, un hermano mayor; y unos con mucha más suerte un padrastro (algunos suertudos 2 papás muy buenos) que los ama como si fueran sus hijos verdaderos. Cuando pasa eso, no hay mucho que hacer, no hay nada que explicar; no hay nada que decir. Algunos emulan la actuación de José, imitan ese comportamiento con el mismo amor que él lo hizo con Jesús, algunos vienen con el alma para dar, benditos ellos, benditos sus hijos.
Pero de nada sirve contaminar el alma del niño, de nada sirve comparar a uno con el otro, de ver quien es mejor o peor; el amor es poderoso y nada tiene que ver con la sangre, ni con el ADN, ni con los genes; el amor viene de adentro, del alma, del espíritu.
Claro, un ajeno puede amar más que un progenitor. Con el tiempo el niño se convertirá en hombre, y él sabrá diferenciar por sí solo, no es competencia, el padre siempre será el padre, de grande él podrá ubicar y separar las emociones de la genética. Él un día será grande, él decidirá. Y aunque no lo crean, el amor es tan poderoso, tan libre, que nada haría más feliz a un Padrastro que ver feliz a su pequeño aunque sea en los brazos del temeroso o irresponsable padre; y lo más chistoso es que es probable que al hijo le gustaría ver juntos a sus 2 papás tomando una cerveza. El amor así es en ocasiones, sin reglas, sin culpas.
Desde mi punto de vista, no creo que un padre de sangre no quiera a su hijo, sería incomprensible; pero son muchas las razones que puede haber para estar lejos de su hijo, las cuales con la tecnología también son incomprensibles (pero el miedo es un inmovilizador muy peligroso). Yo pienso que por desgracia debe ser una falta de comunicación, el padre siente que es tarde, que su arrepentimiento ya no será aceptado, tiene miedo al rechazo. Pero no sabe lo que dice, un hijo siempre esperará por muchos años las respuestas que hicimos al principio y el único que puede darlas, es al que le toca responder.
Pero claro siempre dará miedo responder; y entre más se tarde, más difícil será. Incluso lo peor, el hijo dejará con el tiempo de hacerse la pregunta y la respuesta dejará de tener valor.