CIUDAD DEL ESTE (Reflexión, por Carlos Roa) El narcisista se caracteriza por una falta total de empatía, pasión y compasión. Este tipo de individuo establece relaciones basadas en el control y el dominio, buscando apagar y minimizar a los demás para alimentar su sentido de poder. Su existencia en la vida de otra persona suele ser una fuente constante de dolor y agotamiento emocional.
Un narcisista vive de la atención, la energía y, lamentablemente, el sufrimiento de su pareja o de quienes lo rodean. Estas características, combinadas con una tendencia a ser infiel, desleal y traicionero, evidencian su incapacidad para establecer vínculos afectivos sinceros. La traición es una constante, ya que su falta de sensibilidad, entendimiento y capacidad de comprensión lo lleva a priorizar sus propias necesidades sobre las de los demás.
Es importante destacar que detrás de este comportamiento se encuentran traumas y conflictos emocionales no resueltos. En lugar de enfrentar y sanar estas heridas, el narcisista opta por arrastrarlas consigo, proyectándolas en sus relaciones. Esto convierte cualquier vínculo en un terreno complicado y dañino.
Un aspecto que resalta del narcisista es su tendencia a “volver”. Sin embargo, este retorno no se da por nostalgia, arrepentimiento o amor, sino por un deseo egoísta de comprobar si aún tiene poder sobre la otra persona. Su enorme ego busca confirmar que todavía ejerce control o que alguien sigue emocionalmente atado a él.
Entender estas dinámicas puede ser el primer paso para protegerse de una relación tóxica. Identificar los comportamientos narcisistas y reconocer los patrones dañinos es esencial para recuperar la autonomía emocional y poner límites saludables en la vida personal.