PALABRAS QUE MATAN .. CUANTO DAÑO PODEMOS HACER CUANDO HABLAMOS DESDE EL EGOISMO

CIUDAD DEL ESTE (Reflexión, por Charly Friend) Me bañé y me perfumé para estar con él, aún con muchos años de casada seguía amándolo intensamente. Ilusionada, me puse frente a él y me despojé de mi ropa para que con la visión pudiera excitarlo. Él me miró de arriba hacia abajo y me dejó helada con su comentario: “Estás gorda, tienes estrías, el busto caído, esas cicatrices del embarazo se ven muy mal, tienes que ver con qué se quitan, pues se ven muy feas y a ver si te pones a hacer ejercicio…”

Apagó la luz y me tomó solo para saciar sus instintos. Yo ya no sentí ningún placer. Terminando él, se volvió a su lugar comenzando a roncar inmediatamente. Mis lágrimas rodaban por mis mejillas mojando mi almohada. Algo muy fuerte se rompió ahí, y eso me dolió mucho.

Me quedé reflexionando sobre lo que me dijo y me pregunté: ¿Acaso mis embarazos no cuentan? El amamantar a mis hijos no cuenta, no vuelves a estar igual y el sobrepeso, ni siquiera me deja tiempo para eso. En cuanto comienzo a hacerlo, se le ocurre pedirme mil cosas para que no lo haga. Es realmente paradójico lo que me dice y hace al mismo tiempo.

Pero no más. Si mi cuerpo le resulta grotesco y no le dan ganas de estar conmigo, le daré gusto… nunca volverá a tocarme.

La noche siguiente me acosté a su lado dándole la espalda. Comenzó a acariciarme y le dije que tenía sueño, que no siguiera. Molesto, se volteó y se quedó dormido. Así pasaron varias noches más hasta que ya no pudo y me preguntó qué me pasaba, que yo era su esposa y tenía que cumplirle. Le dije que no quería, pues si yo estaba ya muy gorda y con cicatrices y estrías para él, que no quería hacerlo. Muy enojado, me dijo que él tenía ganas y no lo dejaría así.

Quité mi pijama y le dije: “Tienes 5 minutos”. Comenzó a acariciarme y a tomarme, pero yo sin responder. “Muévete”, me decía, “tú eres el que quiere, no yo”, contesté. Terminó por voltearse muy enojado diciendo que así no quería, pues parecía que lo hacía con un témpano de hielo.

Pasaron semanas, meses, años y yo seguí en la misma postura. Él se me insinuaba, se mostraba desnudo delante de mí para ver si reaccionaba, pero yo seguí igual.

Cuánto daño pueden hacer unas palabras y cuánto se puede perder con ellas. Yo dejé de amarlo de verdad y para mí era lo máximo, inteligente, guapísimo y el hombre que yo había elegido para toda la vida.

Me propuse bajar de peso y lo logré. Las cicatrices de mis cesáreas fueron imposibles de borrar, así como mis estrías, pero recobré mi autoestima y me dije que mis hijos estaban ahí y mi cuerpo obvio resintió el peso en mi vientre, que eran batallas que yo había vencido y no tenía por qué avergonzarme. Pero sobre todo, jamás permitiría que alguien más me dijera esas palabras. Quizás sigo un poco llenita, pero descubrí que todas somos arte en los ojos de la persona correcta.

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