CIUDAD DEL ESTE (Realidad Fatídica, por Magenta López) Pensar en un niño o niña siendo víctima de un abuso sexual es algo que nos estremece. Nos hace cerrar los ojos, mirar a otro lado, intentar que ninguna imagen se cuele en nuestro cerebro. Es algo que definitivamente nadie quiere vivir, que lo vivan ningún pequeño que esté cerca nuestro y en definitiva, que ningún niño o niña tuviera que vivir. Es alarmante el aumento de abusos sexuales a menores que se está dando en nuestro país, esta situación ha ido en aumento o salido a la luz con más regularidad.
Con la llegada de la pandemia donde tanto niños y adultos fuimos obligados a permanecer todos juntos en casa, muchos son los niños y mujeres también que han sido víctimas frecuentes de la violencia intrafamiliar, violencia que siempre existió en sus vidas pero que antes de la aparición del Covid al menos tenían un lugar para huir y estar tranquilos, sea la escuela o el trabajo, pero con la cuarentena han quedado sitiados con su abusador.
Los abusos sexuales son una de las peores formas de violencia que existe contra la infancia. El simple hecho de que un adulto engañe a un niño para acercarse a él con un objetivo sexual es algo terrible. Tan solo desde enero hasta setiembre del 2020, la Fiscalía registró 1.882 denuncias de abuso sexual hacia niñas, niños y adolescentes. Mientras que la línea 147, habilitada por el Ministerio Público para realizar denuncias atendió 432 llamadas por este tipo de casos.
El abuso sexual es una manipulación de niños, niñas y adolescentes, sus sentimientos, debilidades o necesidades, basada en una desigualdad de poder. Tiene como objeto una parte íntima y altamente sensible de las personas, su sexualidad, en un momento en el que está en desarrollo y en el que aún no se tienen las capacidades necesarias para entender las implicaciones de lo que está pasando.
Si no hay fuerza de por medio, la clave que hace que un niño o una niña no se resista o no grite, o que, incluso, colabore o participe activamente, es la desigualdad de poder existente entre ese menor de edad y el perpetrador, alguien con mayores habilidades para manipular la situación, con más conocimiento sobre lo que está pasando o del que, incluso, el menor de edad puede depender ya sea emocionalmente, como por ejemplo un familiar, como es en el 80% de los casos en Paraguay donde son los propios encargados, padres, tutores, quienes abusan de los menores, o para lograr algo que necesita o quiere como atención y aprobación, regalos o lo que sea, los niños son simplemente engañados en su inocencia.
Mientras tanto el Sistema Judicial Paraguayo es en toda su extensión una PORQUERÍA, luego de que el niño abusado se anima a contar y debe pasar mil penas para que se le crea, empezando en la casa, donde son muchísimas las mamás que optan por creer que el niño miente o inventa lo que está contando, luego debe esperar que el proceso comience y tenga un veredicto, durante la espera el niño y la madre o adulto que lo respaldan generalmente siguen viviendo con su abusador, con maltrato y acoso de por medio, esta situación no es muy difícil de suponer, para que luego cuando por fin hay un veredicto la pena estipulada en el código penal es de 3 a 5 miserables años. El resto de la historia se cuenta sola, ¿Quién protege a los niños? Cuando los padres miran otro lado y la justicia no existe.