BARRIO ZOMBIE: DROGAS Y ABUSO SEXUAL

MARIANO ROQUE ALONSO (Por Adrián Cáceres, especial) Lo que voy a contar podría ser simplemente un cuento de terror, con dos historias de ficción en una, pero no, así que espántese todavía más. Es una crónica luctuosa. Reaccionemos juntos. El título no solamente alude a esas películas con múltiples adeptos, no querido lector, esto está pasando, y sucede acá, en Paraguay, en un barrio que representa a tantos más.

Por un lado, somos testigos de la macabra noticia donde se relata cómo “niñas son drogadas y sometidas al abuso sexual” en un barrio de Mariano Roque Alonso. La tragedia lacerante, que se puede leer en Última Hora, fue documentada por el equipo periodístico de Telefuturo. Y cómo calificar sino así a la situación que mata la niñez: Un tesoro que deberíamos cuidar escrupulosamente como sociedad. ¿Cómo podemos permitir que semejantes criminales anden sueltos? La realidad nos escupe en la cara, nos vomita y nos atraganta.

¿Qué nos pasa para tolerar esta historia? No hay que eludir que el relato también acosa a otros lugares, ¡como los sucesos en las instituciones educativas!, pero la venda no cae del todo de los ojos de docentes, padres, madres, de las propias escuelas o colegios. Preguntémonos si la Policía está haciendo lo suficiente, o la Justicia, o los Ministerios de Educación y De la Niñez y Adolescencia, o nosotros mismos.

Que las palabras recitadas tan dulcemente en el artículo 54 de la Constitución Nacional, la ley suprema de esta maltratada República, De la protección al niño, no queden en la nada. Recordemos por favor que “la familia, la sociedad y el Estado tienen la obligación de garantizar al niño su desarrollo armónico e integral, así como el ejercicio pleno de sus derechos, protegiéndolo contra el abandono, la desnutrición, la violencia, el abuso, el tráfico y la explotación. Cualquier persona puede exigir a la autoridad competente el cumplimiento de tales garantías y la sanción de los infractores”.

Hay un grito desesperado desde la inocencia que tiene que perforar cualquier tranquilidad y los culpables no pueden quedar impunes. Sintámonos obligados a hacer más, porque tenemos que hacer más.

Por otro lado, los vecinos del mismo sitio afirman “que viven acorralados en sus casas, mientras los adictos toman las calles”. Exigen la presencia de autoridades, a las cuales acusan de no responder. No, seguramente es una exageración, porque si eso no es desidia y complicidad, ¿entonces qué? ¿Cómo llegamos hasta estas execrables profundidades? Además, todos sabemos que esta desgracia también afecta a la niñez.

Las lúgubres narraciones son la purulenta consecuencia de otras calamidades, de la corrupción que socava al Paraguay, por ejemplo, aunque existan todavía personas luchando por un mejor futuro, como los mismos pobladores que siguen denunciando hechos similares. Otros lamentablemente ya no pueden permanecer en el lugar y están vendiendo sus casas. ¡Qué espantoso!

Tristemente, es así, esa maldita corrupción, porque tenemos licitaciones amañadas, planilleros, cárceles que son campos de entrenamiento para la delincuencia, impuestos injustos o insuficientes, un gasto público desordenado, políticos más ocupados en sus campañas que en sus tareas (que olvidaron que la política es servicio público), electoralismo casi todo el año, actas secretas y deudas espurias en Itaipú.

Por supuesto que no todo está mal, también hay buenas noticias, unos seguimos vivos, contamos con el mejor seguro de salud del mundo (esta frase es de un ex presidente), pasamos por una educación no tan mediocre, tenemos trabajo, pero hoy el dolor por la niñez corroe

 

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