CIUDAD DEL ESTE (salud, por Carlos Roa) El 26 de junio del 2016 donde fui a parar como paciente de un cuadro de neumonía a las mazmorras del hospital del trauma, donde al día siguiente ya estuve mucho mejor. Después vino la orden de que al periodista Carlos Roa se lo lleve a otra habitación. En ese momento me puse contento, como diciendo encontré alguna persona que reconoce mi capacidad como ser humano y periodista, un poco akané pero me defiendo. Después de posar en esa cama, a los 20 minutos viene otra orden, para que sea llevado a otra habitación, pero bueno, como el otro no tenía ni televisión, pensé que iba tener un 65 pulgadas curvo pero lo que me ocurrió no fue ver ninguna película de netlfix sino vi a San Pedro frente a mi, porque una enfermera auxiliar de paseo estaba ayudando y me llevó el aparato para nebulización y el contenido era para otra persona, fue cuando aspiré dos veces y me fui. Me fui al más allá, pasé la estratosfera, le vi a lucifer, pero una luz lejana vi la mano de Dios que me sacó del sarcófago.
Hoy gracias a Dios estoy vivo, bien vivo y le puedo servir a mis lectores y personas que hay que ayudarles de diversas maneras. Pero grande es mi congoja cuando leo las noticias de que a un niño de 12 años lo infectaron con VIH con una trasfusión de sangre mal practicada en el instituto del cáncer, cuando él tenía cuatro años. Y como en Paraguay se hace a la bartola, seguramente no hicieron el análisis de la sangre y no pasó por los exámenes técnicos si la hemoglobina estaba en buenas condiciones. Y hoy este pinche pendejo es un sidótico con una madre desesperada por los hospitales de los hospitales para arreglar la vida de su hijo.
Estos médicos hicieron el juramento hipocrático que dice “Juro por Apolo médico, por Asclepio, Higía y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia. Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren; trataré a sus hijos como a mis hermanos y si quieren aprender la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin ningún género de recompensa.
Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los discípulos que se me unan bajo el convenio y juramento que determine la ley médica, y a nadie más. Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia. No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, pesarios abortivos ni sugeriré a nadie cosa semejante. Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dedican a practicarla. En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos. Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos. Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria. Pero este juramento es letra muerta, principalmente en Paraguay por muchos médicos, que son hipócritas y que en manos de ellos uno no tiene la concepción de salvar la vida sino simplemente la condena de perderla.