SENADORES Y DIPUTADOS, AL SANTO COMINO
El Senado fue una de las instituciones del gobierno de la Antigua Roma. Estuvo compuesto durante la mayor parte de la República por 300 miembros extraídos de los antiguos magistrados, aunque tras la dictadura de Sila y en época imperial ese número llegó a aumentar hasta 900. Se encargaba de ratificar las leyes votadas por los comicios, aconsejar a los magistrados, dirigir la política exterior, las finanzas y la religión. Sin lugar a dudas, se trata de una maquinaria que fue creada para manejar al pueblo, mientras una pequeña oligarquía sigue gozando de privilegios.
Por otra parte, la Cámara de Diputados es el nombre dado a la cámara baja de los congresos o parlamentos bicamerales en diversos países. Así mismo, es el nombre dado al parlamento unicameral de ciertos estados. Históricamente, la Cámara de Diputados (en francés Chambre des députés) fue la cámara baja del parlamento en la Tercera República Francesa.
Es indignante escuchar hablar a los políticos en estos días. Como mercachifles negocian agitadamente los más altos puestos y responsabilidades del Estado. Reclaman cuotas en cargos y privilegios y canjean designaciones o promesas de ellas con total desparpajo. Ninguna duda cabe, escuchándolos expresarse en público, de que están íntimamente persuadidos de que, por ser dirigentes políticos con influencia o legisladores, disponiendo de algún asiento en el gran teatro donde se administra el poder, gozan de atribuciones ilimitadas para comerciar con las instituciones de la Patria.
Actualmente, en el Paraguay la política se maneja como una feria comercial, en la que se compran, venden y permutan “valores” en tal o cual proyecto personal o grupal. De esta suerte, se produce un tira y afloja permanente, con repugnantes transacciones tales como: “si me das tu voto para la enmienda, te asigno el cargo que pediste hace tiempo”, “si me das el contrato del que te hablé, voto a favor de tu proyecto”, “si acompañás mi propuesta ahora, yo apoyo la que estás por presentar”; y así sucesivamente.
¿Qué discuten nuestros políticos en este momento con relación a la eventual modificación de la Constitución vigente? Esto puede saberse fácilmente por medio de la prensa. ¿Acaso debaten sobre cómo mejorar las instituciones creadas por ella y fallidas, la mayor parte de ellas? ¿Cómo poner un cerrojo más seguro sobre los intereses y recursos del erario? ¿Cómo mejorar el sistema democrático para impedir un retroceso? ¿Cómo combatir más eficazmente la corrupción en el seno de la administración pública y el tráfico de influencias perniciosas dentro de la actividad política? ¿Cómo clarificar el manejo administrativo del dinero público?
Nada de esto. No se escucha una sola palabra de estos temas. La mayoría de nuestros políticos en ejercicio del poder están poniendo sus esperanzas más acariciadas en los proyectos de enmienda de la Constitución. Quieren cambiar algún punto de la Carta Magna que les entorpece el andar o que impide la concreción de alguna ambición. Y los legisladores a la carrera, a quienes no les importa en absoluto estos asuntos porque de donde están al único lugar al que pueden ir es a la cuneta, no tienen la intención de dar su conformidad sin recibir a cambio alguna gruesa contraprestación.
Entretanto, mientras los políticos negocian las instituciones y sus cargos en su mercado de abasto, el país está siendo administrado en forma precaria y provisoria. La incertidumbre de los gobernantes y funcionarios que aún no saben qué les depara el futuro se traslada a su conducta y a sus decisiones. Los asuntos y problemas que son importantes y urgentes para la gente no lo son para ellos. Es así de simple y fácil de entender la realidad actual en el Paraguay.